El día que Leónidas Nikolayev fue el centro del mundo
Los dos decretos que nadie aprobó
La Constitución más democrática del mundo
El Terror a cámara lenta
La progresiva decepción respecto de Francia e Inglaterra
Stalin y la Guerra Civil Española
Gorky, ese pánfilo
El juicio de Los Dieciséis
Las réplicas del primer terremoto
El juicio Piatakov
El suicidio de Sergo Ordzonikhidze
El calvario de Nikolai Bukharin
Delaciones en masa
La purga Tukhachevsky
Un macabro balance
Esperando a Hitler desesperadamente
La URSS no soporta a los asesinos de simios
El Gran Proyecto Ruso
El juicio de Los Veintiuno
El problema checoslovaco
Los toros desde la barrera
De la purga al mando
Los poderes de Lavrentii
El XVIII Congreso
El pacto Molotov-Ribentropp
Los fascistas son ahora alemanes nacionalsocialistas
No hay peor ciego que el que no quiere ver
Que no, que no y que no
El 2 de diciembre, llegaron a Moscú, en el mismo tren, Stalin, Zhdanov, Molotov, Voroshilov, Yezhov, Yagoda, Vyshinsky y otros de parecido jaez. Stalin se bajó del tren en silencio, se plantó delante de Medved, y lo abofeteó en público. Luego se volvió hacia Formin para que le informase. El equipo de dirigentes fue al hospital donde a Kirov le habían hecho la autopsia la noche anterior, y luego al Smolny. Allí, Stalin interrogó a Medved, a Nikolaev y a su mujer. Nikolaev, aparentemente, no reconoció a Stalin inicialmente; pero cuando lo hizo se puso histérico. Según la Shvernik, cuando Stalin le preguntó por qué había hecho lo que había hecho, Nikoaev cayó de hinojos y juró que había sido por orden del Partido. Algunas versiones sostienen que dijo: vy zhe sami mne..., o sea, algo así como: “pero, tú me dijiste...”; y que los agentes de la NKVD lo callaron de una hostia.
Tras el
interrogatorio, Stalin ordenó que Nikolaev fuese alimentado y tratado por
médicos pues, dijo, una vez que se recuperase, confesaría. Entonces mostró
interés por interrogar al guardaespaldas Borisov, que estaba detenido. Sin
embargo, poco después el secretario general fue informado de que Borisov,
aparentemente, se había caído, o se había tirado, desde el camión en el que lo
trasladaban al Smolny, y había muerto a la altura de la calle Voilnov.
Rosliakov afirma en sus escritos que una persona presente en el momento en que
Stalin recibió la noticia le escuchó murmurar: “ni esto saben hacer bien”.
Una de las cosas
que los estalinófilos nunca han explicado, ni yo creo que explicarán nunca, es
cómo un tipo que va en la parte de atrás cerrada de un vehículo para
transportar prisioneros, acompañado por dos agentes del NKVD, puede
precipitarse a la calzada así como así. De manera prácticamente
inexplicable, el conductor del camión sobrevivió para ser interrogado por la
Comisión Shvernik. Lo que declaró es que, en un determinado momento, uno de los
dos hombres de la NKVD que iba detrás pasó adelante, cogió el volante y lo giró
violentamente, haciendo que el vehículo chocase con el lateral de un edificio.
Una vez que el conductor pudo enderezar el camión, los dos policías le contaron
que Borisov había muerto en el accidente. Cuatro personas van en un camión,
tienen un accidente, tres terminan ilesas, la cuarta muerta. Los dos policías
que iban con él detrás nunca pudieron ser interrogados. Fueron ejecutados en el
Terror.
El mismo 2 de
diciembre, el féretro con el cuerpo de Kirov fue colocado en el palacio
Tauride. El 3 por la noche, los moscovitas regresaron por tren a la capital,
llevándose el féretro. Según le contaría un miembro de la NKVD represaliado,
llamado Korabelnikov, a un preso compañero del Gulag, Lev Emmanuilovitch
Razgon, antes de irse Stalin todavía se entrevistó una vez más con Nikolaev.
Ignoro si Korabelnikov es un apellido muy común en Rusia y si, por lo tanto,
sería muy aventurado preguntarse si este Korabelnikov que se explayó con Razgon
en el Gulag podría ser el padre o pariente del general Valentín Vladimirovitch
Korabelnikov, nacido en 1946. No tengo datos.
Sea quien sea este
Korabelnikov, Razgon dice que le contó que la noche del 1 de diciembre él,
junto con otros miembros de la NKVD en Moscú fueron enviados en un tren a
Leningrado. Una vez en la ciudad, se les encargó que guardasen a Nikolaev, en
turnos de dos guardias cada seis horas que no podían perder de vista al preso
en momento alguno. Sin embargo, sí tuvieron que dejar solo a Nikolaev cuando
Stalin llegó a verlo; estuvieron más de una hora juntos y solos, según este
relato.
Korabelnikov,
según su relato, tenía el siguiente turno de guardia tras la marcha de Stalin.
Nikolaev, dijo, estaba como sonado por una terrible noticia. Se acostó en la
litera y se cubrió la cabeza, como tratando de esconderse de la vista de los
demás. Esto estaba en contra de las normas, y el guarda le dijo que no podía
hacerlo. Entonces Nikolaev se levantó y comenzó a pasear por la celda,
murmurando. Después, comenzó a hacerle a Korabelnikov preguntas un poco
estúpidas, como qué estrenaban en el teatro aquella noche; mientras le pedía
también detalles de cómo se verificaban los fusilamientos.
El segundo policía
de la guardia se llamaba Katsafa. Sobrevivió a Stalin y pudo hacer una
declaración en 1956 en la que aseguró que Nikolaev le había dicho que el
asesinato de Kirov había sido preparado por la NKVD, y que a él se le había
prometido la vida si declaraba que formaba parte de una conspiración zinozievista.
Fomin fue apartado
de la investigación. Yakov Agranov, uno de los que habían venido con Stalin de
Moscú y hombre entonces de la total confianza de Yagoda, reemplazó a Medved al
frente de la NKVD leningradense. En 1935 Medved, Zaporozhets, Fomin y otros
mandos de la NKVD de Leningrado fueron detenidos, acusados de negligencia en el
ejercicio de sus funciones y exiliados tres años a Siberia. Para lo que se
estilaba en Stalin, era una condena bastante blanda; probablemente no buscaba
otra cosa que guardar las formas sin poner demasiado nerviosos a los
condenados, que yo creo que marcharon a Siberia convencidos de que reharían sus
vidas. No fue así, sin embargo. Medved fue asesinado en 1937; Zaporozhets en
1938; y Formin siguió prisionero.
Cuatro meses
después del atentado, el 9 de marzo de 1935, la Sala de lo Militar del Supremo,
presidida por Ulrikh, condenó a Milda Draule, Olga Draule (su madre) y un tal Roman
Kuliner por complicidad con el magnicidio. Los tres fueron ejecutados.
Yuri Lvovitch
Slezkine, en su imprescindible The House of Government, describe
puntillosamente el golpe durísimo que supuso la muerte de Kirov en La Casa de
Gobierno, es decir, el gran edificio de apartamentos que se construyó a orillas
del río para la elite soviética del vodka y las putas. Para todos, el hecho de
que alguien hubiera podido matar a un miembro del Politburo, a una pieza de la
vanguardia revolucionaria, fue una sorpresa mayúscula; y para no pocos supuso,
también, la sospecha de que las cosas no iban a quedarse allí. Y no se
equivocaban. Cuando el frío les recorría el espinazo, Stalin, probablemente,
estaba ya trabajando en las dos directivas que iban a cambiar radicalmente la
vida de la URSS, y muy particularmente de su Partido Comunista.
La primera
ordenaba a todos los cuerpos y organismos soviéticos dedicados a la
investigación criminal la aceleración de sus procesos investigativos en casos
de terrorismo. Asimismo, prohibía a los órganos judiciales que pudieran aplazar
las eventuales ejecuciones y, en general, impulsar actos de clemencia. La NKVD
era encomendada de realizar las ejecuciones. Stalin firmó este decreto en la
tarde del 1 de diciembre sin más conocimiento que el de Yenukidze, secretario
del Presidium del parlamento; es decir, puenteando con total elegancia al
Politburo, donde quizás, sólo quizás, no habría tenido una mayoría suficiente. Pravda
publicó el decreto el 4 de diciembre y, si repasáis esa edición, veréis que el
periódico dice que la directiva fue aprobada tras una reunión del parlamento;
cosa que es simplemente falsa. No hubo tal reunión, ni votación, ni nada.
La segunda
directiva fue publicada por el mismo periódico al día siguiente, 5 de diciembre,
y también bajo la forma de decreto de ese mismo Presidium que nunca se reunió,
aunque llevaba las oportunas firmas de Kalinin, presidente del parlamento; y de
Yenukidze, secretario. Este decreto establecía que, en el caso de delitos de
terrorismo contra dirigentes comunistas, la investigación correspondiente se
completaría en diez días; las imputaciones se le comunicarían al imputado un
día antes del juicio; los juicios se celebrarían sin presencia del acusado; las
sentencias eran inapelables y no podían ser objeto de medidas de clemencia; y,
en el caso de sentenciarse a muerte, la ejecución sería inmediata.
La maquinaria
comenzó a rodar inmediatamente. Al día siguiente, 6 de diciembre, Pravda informa
ya de que 71 “rusos blancos” arrestados ya en el pasado por supuestos cargos de
conspiración anticomunista habían sido juzgados el día anterior por la Sala de
lo Militar; que todos menos cinco habían sido condenados a muerte; y que para
el momento en que se estaba leyendo el periódico, ya estaban fusiladitos. Todos
ellos estaban presos cuando Kirov fue asesinado; así pues, su participación en
los hechos de Leningrado es, cómo decirlo, difícil de adverar. Pocos días
después, otros 28 rusos blancos fueron asesinados en Kiev por el mismo
procedimiento.
El 3 de diciembre,
la NKVD emitió un informe en el que, 48 horas después de que Sergei Kirov
dejase de respirar, anunciaba una investigación en marcha sobre los contactos
de Nikolaev. Obviamente, éste era el objetivo de Stalin. Para el secretario
general, deshacerse de Kirov era un beneficio; pero el beneficio mayor era
colgarle el muerto a otra gente. Durante su estancia en Leningrado, la NKVD
informó a Stalin de que llevaba un tiempo investigando a un grupo de militantes
del Komsomol local que celebraban reuniones, aparentemente (y de hecho era así)
para preparar un libro con la Historia de las juventudes comunistas de
Leningrado. La NKVD había querido arrestarlos, pero a Kirov le había parecido
una chorrada. Stalin convirtió aquellas reuniones en una célula terrorista, y
exigió que fuese conectada con Zinoviev, Kamenev y otros de su tendencia.
El 15 de
diciembre, Zhdanov, que había tomado el puesto de Kirov al frente del Partido
en Leningrado, anunció que lo tenía todo aclarado. A través de una reunión de
lo que ya se conocía como “el centro de Leningrado”, es decir los presuntos
terroristas, había conseguido saber que la responsabilidad del atentado contra
Kirov era de Zinoviev y sus parciales. Al día siguiente, en una sesión cerrada
conjunta de los plenos de los Comités Centrales del Partido en la ciudad y la
región de Leningrado, Agranov presentó un informe en el que se decía que el
atentado había sido preparado por una sección de juventudes comunistas
favorable a Zinoviev. Se acusó a Ivan Ivanovitch Kotolynov, Vladimir
(¿Vladimirovitch?) Rumyatsev y K. N. Shatsky, todos ellos bajo las órdenes de
Zinoviev, Kamenev, Yevdokimov, Iván Petrovitch Bakaev, y otros viejos miembros
de la oposición. Esto lo sabemos porque Rosliakov estaba presente.
Quince de estos
altos miembros del Partido, entre ellos Zinoviev y Kamenev, estaban presos
apenas unas horas después en Moscú. Una semana después, se anunció que en el
caso de Zinoviev, Kamenev y otros cinco había sido trasladado a un comité
especial del NKVD, por falta de pruebas, con vistas a una sanción
administrativa (exilio); el resto estaban bajo investigación todavía. En
paralelo, Stalin envió una carta-circular a los partidos comunistas
territoriales exigiéndoles que comenzasen la purga de elementos facciosos y
terroristas. Para empezar, todos los que se hubiesen mostrado como seguidores
de Kamenev, Zinoviev o Trotsky debían ser inmediatamente expulsados del
Partido.
Aparentemente, el
22 de diciembre la NKVD había conseguido, a base de prometerle cosas, que
Nikolaev confesase su relación con el centro de Leningrado y, por lo tanto, su
confluencia con el zinozievismo a la hora de cometer el magnicidio. Así lo
anunció dicho departamento; aparentemente, Nikolaev incluso admitió que
Kotolynov había sido su correo de enlace.
El 27 de
diciembre, Vyshinsky, fiscal general adjunto de la URSS, firmaba el acta de
acusación. Hasta catorce acusados eran imputados por haber formado una
formación zinozievista clandestina dirigida por ocho miembros del centro de
Leningrado. Estos conspiradores habían sido financiados por el cónsul de un
Estado extranjero (no se decía cuál) y habían tratado de contactar a Trotsky y
a un grupo de rusos blancos emigrados.
El juicio duró dos
días y se verificó a puerta cerrada. Los catorce fueron encontrados culpables y
sentenciados a muerte. El que peor lo llevó fue Nikolaev quien, repentinamente,
comenzó a luchar con sus guardias para liberarse. Fueron ejecutados
inmediatamente el día 29.
Existen diversos
testimonios de que a finales de diciembre, Stalin convocó una sesión del
Politburo para explicar las “evidencias” en el caso contra el centro de
Leningrado. Al parecer, esa reunión fue abiertamente tumultuosa. Kuibyshev,
según algunos testimonios, habló en nombre de varios miembros del Politburo
para proponer la creación de la comisión del Comité Central que abordase su
propia investigación paralela a la de la policía. La moción no fue aprobada, y
la cosa es que Kuybishev, que era joven (47) la roscó poco después,
oficialmente de una enfermedad cardiaca. En 1938, cuando Yagoda cayó en
desgracia y fue purgado, uno de los cargos de su juicio fue haberse cargado a
Kuibyshev.
Stalin, a través
de Yagoda, contactó con Gorky. El escritor tenía frecuentes tertulias con
Kamenev y, precisamente por eso el secretario general valoraba mucho que
pudiera eventualmente escribir un artículo sobre la movida apoyando sus
posiciones. Gorky le dijo que no. Semanas después, el escribor Fyodor Panfiorov
escribió un artículo poniendo a parir a Gorky. Visto lo visto, es lo mejor que
le podía pasar.
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